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Ricitos de Oro en Galicia 

Hace no mucho tiempo, existió una escritora que estaba bloqueada, el papel en blanco le causaba frustración y como su vida era muy aburrida decidió ir al campo a buscar inspiración. Ella se subió en su coche, un golf amarillo del año 99 y tomó la vía A-6 y luego la A-52, se alejo de Madrid y siguió manejando hasta que se hizo de noche, los ojos se le cerraban y antes de quedarse dormida, se desvió hacia Vilanova Dos Infantes. Media hora después su GPS no tenía señal y el coche se le apagó, el tablero mostraba la aguja del combustible en cero.

—¡Me cachis en la mar, lo que me faltaba perdida y sin gasolina!— le gritó al coche.

Revisó su móvil y la pantalla estaba negra.

¡Joder! se dijo. Metió su móvil en un bolsillo, se bajó del coche, lanzó la puerta y siguió por la misma vía hacia el pueblo de Vilanova, tenía que buscar ayuda, pero a su alrededor solo habían castaños, arbustos, hierbajos y el camino de asfalto iluminado por unas pocas farolas. Después de caminar unos cuantos kilómetros, del cielo encapotado empezaron a caer bolas de granizo.

 —¡Me cagó en el pueblo de Vilanova!gritó al cielo. Se puso bajo las ramas de un castaño y vio a lo lejos un chalet. Un gran alivio la inundó y pensó que seguro los dueños le ayudarían. Se sacó la chaqueta de cuero y se la puso sobre su cabeza y corrió hacia la puerta. Toco el timbre y espero, pero nadie respondió, luego se asomó por las ventanas y vio que todas las luces estaban apagadas, no parecía haber nadie allí. Escuchó unos aullidos de lobo que se acercaban cada vez más, empezó a sudar, apenas lograba respirar, trató de abrir la puerta pero no consiguió nada, estaba bien cerrada, luego trato de abrir las ventanas y tuvo la suerte que el seguro de una no funcionaba y la logró abrir. Como la ventana no era muy alta y ella era muy delgada con poco esfuerzo metió primero la cabeza y luego pasó el resto del cuerpo. Ya adentro lo primero que hizo fue cerrar la ventana no fuese que los lobos le siguieran. Volvió a respirar, al menos ya estaba a salvo de los elementos y de los lobos.

Hola, ¿Hay alguien aquí?preguntó en voz alta. Nadie le contestó, buscó a tientas en las paredes que olían a barniz el interruptor y prendió la luz, las paredes eran todas de madera, tres butacas se alineaban frente a una chimenea de piedra y sobre ella se encontraba un televisor plano de unas 42 pulgadas.  Colocó su chaqueta mojada sobre el suelo de cerámica y recorrió todo el chalet, este último sólo contaba con una planta, una habitación con tres camas y tres maletas, un baño pequeño y una cocina con lo esencial: un estante, un frigorífico, una estufa de vitro cerámica, tres bancos de madera y una mesa circular sobre la que habían tres cajas de cartón. No encontró un alma y menos aún un teléfono, afortunadamente ella había traído en uno de los bolsillos de su pantalón su móvil y en otro el cargador y puso a cargar su móvil en el enchufe al lado de la estufa.

Ella tosió, sentía la garganta seca, abrió el refrigerador y encontró una estrella de galicia, un zumo de manzana y una botella de agua evian, se decidió por la botella de agua, abrió la tapa y se la bebió toda. Su estómago empezó a hacer ruidos extraños, se sentó en un banco y abrió las tres cajas de cartón, el olor a orégano y a pan le hizo agua la boca. Las pizzas estaban enteras, por lo que ella pensó que los dueños debían llegar en cualquier momento, probó primero la de anchoas y el sabor tan salado le dio asco, luego probó un pedazo de la de pepperoni y aunque estaba buena pensó en las calorías y la dejó, la tercera la que solo tenía queso mozzarella le encantó.

Se fue a la sala a esperar a que los dueños llegaran, se sentó en el sillón de madera con cojines de cuero, pero era muy incómodo, luego en el de tela pero era muy suave y se hundía, por último se sentó en el más pequeño y al sentarse se rompió una de las patas y se cayó de culo.

¡Joder! ¡Solo a mí me pueden pasar estas cosas!— dijo llevando sus manos a la cabeza. Trató de seguir los consejos de su profesora de yoga, inhala y exhala, empezó a pensar que ella estaba allí por una razón y que mejor forma de inspirarse que ver la casa de verano de desconocidos, lo más seguro una familia de tres personas y pensó en lo genial que seria escribir sobre cada uno de ellos en base a los objetos que tenían allí y se preguntó cuál seria su reacción cuando viesen que una extraña estaba en su casa.

La inspiración le vino en un instante, pero no tenía ni un papel para escribir, se fue a la cocina ya su móvil tenía algo de carga, pero al encenderlo se dio cuenta que no tenía cobertura.

—¡Orange es una mierda!— se dijo a sí misma.

Los ojos se le cerraban y los dueños no llegaban y ella decidió que era mejor buscar una cama para dormir, entró en la habitación, se acostó primero en la cama del edredón verde, era tan dura que era como dormir sobre el piso, luego se acostó en la de sabanas color rosa, pero el colchón era tan viejo que los resortes se le clavaron en la espalda y por último se acostó en la más pequeña, la que debía ser de un niño, era perfecta se colocó el edredón con estampados de coches encima y se durmió.

Pepe, Carmen y su hijo Manuel, habían llegado a casa, regresaban de compartir con sus amigos en el teleclub, jugaron cartas, mientras Manuel se lo pasaba pipa en los toboganes y los columpios.

Carmen fue a la cocina y vio que las tres cajas de pizza estaban abiertas, alguien había probado un trozo de la de anchoas, un trozo de la de pepperoni, y se habían comido casi entera la de mozzarella.

—¡Pepe alguien a entrado a casa! ¡Un okupa! ¡Esto es lo mismo que le pasó a Loli la semana pasada que le entraron esos gitanos y no se querían ir! ¡Luego cuando lograron sacarlos se dieron cuenta que les habían robado hasta el refri!— dijo Carmen.

—Cariño cálmate, sal de la casa con Manuel y llama a la poli— respondió Pepe en voz baja.

—Manuel ven— dijo Carmen. Cogió a su niño de la mano y salieron juntos de la casa.

Mientras tanto Pepe tomo el bate que tenía escondido en la entrada, con sigilo se acercó a la sala y vio que la silla de su hijo estaba inclinada sobre el suelo, pero no había nadie allí, luego abrió la puerta del baño y tampoco había nadie, por último fue a la habitación y vio a una mata de cabellos dorados y rizados sobre la cama de su hijo.

—¿Ya encontraste al okupa? Recuerda lo peligrosos que son esos gitanos— gritó Carmen desde el patio. Este último grito despertó a nuestra escritora, abrió los ojos y vio a un hombre moreno, alto y con un bate en la mano, pero antes de ella que pudiese decir nada sintió un golpe en la cien y todo se volvió negro.

Despertó con un fuerte dolor de cabeza, en una habitación de paredes blancas, tenía unos tubos saliendo de su brazo derecho y al tocar su cabeza sintió un dolor punzante cerca de la cien. No se quería ni imaginar el chichón que debía tener. Un poli entró en la habitación y le preguntó qué era lo que había pasado, ella le contó todo sus desventuras de ese día tan fuerte.

Pepe y Carmen que en principio estaban furiosos y querían verla tras las rejas, después de enterarse lo que le había pasado a la joven y de que ella les pagase por las pizzas, la botella de agua y el sillón del niño retiraron los cargos. La joven recuperó su coche, volvió a Madrid y se puso a escribir. Y así fue como la escritora encontró la inspiración, dejó de tenerle tanto miedo a la hoja en blanco y decidió que la próxima vez en vez de salir al campo cogería un autobús por la ciudad, era mucho más seguro.

 


 

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