Otra vez estaba sentada allí en la misma mesa, podía sentir sus ojos en mí, ella no podía aguantar la curiosidad, le gustaba observar mi forma de barajar las cartas y de escribir. Todos los días sabía que vendría al mismo café en que yo estuviese porque aunque ambas tratábamos de evitarlo compartíamos un nexo, las cartas me lo habían dicho ya hace tanto tiempo. Ella era una escritora lo sabía porque el arcano mayor de la emperatriz la representaba y sus dedos manchados de tinta me lo confirmaban, era una creadora de mundos y yo era su contraparte la sacerdotisa. Ambas éramos escritoras de destinos, yo del de ella y ella del mío... Un mismo café y el olvido.