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Ventisca del Norte

Hace muchos años en tierras ya perdidas para la humanidad, una estirpe de seres inmortales poblaba la tierra. Su belleza era leyenda y sus apetitos mantenían a los oriundos del valle, lejos de la montaña. Aquel día de invierno Mino y su padre habían salido a cortar leña, tenían un pedido especial de madera que solo se conseguía en la montaña. El viento en la montaña era cada vez más fuerte y ya hacia unos minutos que las manos del joven estaban de un color similar al violeta. 

—Pa-papá vamos a ca-casa— dijo Mino.

—No, no po-podemos— contestó su padre. 

El padre de Mino continuó avanzando hacia la montaña y él joven no se atrevía a regresar solo, ya sus huellas se habían perdido y no conocía bien el camino de vuelta. Justo cuando estaba a punto de claudicar vio que su padre se dirigía a una cabaña de madera. El padre tocó la puerta y está se abrió de par en par. Ellos entraron, encendieron el fuego y se acostaron. Una corriente helada despertó a Mino, quien corrió hacia la puerta y la trancó. Al regresar vio a una hermosa mujer de cabellos de nieve. Ella besaba el cuello de su padre, unos pocos segundos después éste cayó al suelo como un tronco. Mino corrió hacia él, tenía dos heridas profundas en el cuello, no respiraba y estaba helado. 

 —¿Qué le hiciste a mi padre?— gritó Mino. La mujer miró a Mino de arriba a abajo. 

—Pequeño mortal no agotes mi paciencia, tu padre fue mi cena, todavía tengo espacio para el postre.

—¿Qué eres?— preguntó Mino temblando. 

—Soy la pesadilla de los que invaden está montaña ¿Qué edad tienes niño?

—Tengo, tengo 10 años— respondió Mino confuso. Mino sabía que estaba ante una depredadora implacable, si su padre no se había podido defender como podría hacerlo él. 

—Todavía estás muy tierno para mis gustos. Vamos a hacer un trato niño. Si prometes no decir nada sobre lo que acaba de ocurrir, te prometo que podrás vivir hasta que puedas cargar a tus nietos. Pero si no llegas a cumplir tu promesa, te cazaré. ¿Estás de acuerdo niño?

—Si señora, por favor déjeme volver a casa con mi madre— respondió Mino. 

—Muy bien, puedes irte ya. Mino volvió a casa corriendo y no volvió a mirar atrás. Su madre y todos en el pueblo creyeron la historia que inventó, todos pensaron que su padre había muerto sepultado en una avalancha. Un día muchos años después él se adentró en la montaña, una joven chica de cabellos dorados como el sol y de una belleza radiante como la primera rosa de primavera, apareció junto el arroyo. Al verle la chica sonrió y le dijo: 

—Joven caballero, me puede decir ¿Dónde está el pueblo?

—Hermosa doncella, yo mismo la escoltare allí a cambió de su nombre— respondió Mino.

 —Me llamo Yuki, Yuki a secas porque no tengo padre, ni madre— respondió la joven. Él cumplió con su palabra, la llevó al pueblo y la invitó a almorzar. Allí le presentó a su madre, a quién convenció de darle alojamiento y trabajo. Cada día Mino estaba más enamorado de Yuki, de lo atenta y dulce que era con él y con su madre. Por lo que un día le pidió matrimonio, ella acepto y lo hizó el hombre más feliz del mundo. Tanto amor fue él que sentía por ella que durante diez años seguidos su relación dio frutos. Aunque eran muchas bocas que alimentar, era tal la habilidad de Yuki al cultivar los terrenos detrás de la casa, que nunca faltó una comida en la mesa, además con el dinero que habían reunido a lo largo de esos diez años compraron el aserradero del pueblo y empezaron a llevar una vida aún más próspera. Yuki en el día cultivaba los campos y cocinaba. En la noche antes de dormir se dedicaba a coser los calcetines, que los niños no dejaban de destrozar. Una noche Mino despertó y buscó a Yuki, el reflejo de la luna resplandecía en sus cabellos y recordó a aquella mujer de la cabaña en la montaña. Yuki le vio y le preguntó: 

—¿Qué piensas mi amor?— Al verte bajo la luz de la luna recordé el día en que murió mi padre. Lo asesinó la única mujer tan bella como tú que he visto en mi vida. 

—Calla, has roto tu promesa y me has rotó el corazón. Yo soy la mujer que conociste aquella noche, bien sabes que prometí cazarte si le contabas a alguien lo que ocurrió— interrumpió Yuki con el ceño fruncido. 

—No, no puedes ser ella— respondió Mino moviendo las manos sin parar.

—Silencio mortal, soy yo. Tú me has dado los diez años más felices de mi vida. Por eso y por los hijos que tenemos te perdono la vida. Pero si llegas a tocar un cabello de nuestros hijos, te encontraré y despedazaré— gritó Yuki. 

Yuki buscó a sus hijos, se despidió de ellos con un beso y les dijo que la podrían buscar en su cabaña en la montaña, que les estaría esperando. Abrió la puerta y se fue como había entrado en la vida de Mino, como una ventisca del norte. Mino la buscó pero nunca la encontró, y aquellos otros mortales que se han adentrado en la montaña nunca vuelven a ser vistos, ni a contar su historia. 

 


 

 

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